Un hombre que estaba harto de llorar miró 
a su alrededor y vio que tenía delante
 de sus ojos la felicidad.
Estiró la mano y quería cogerla.
La felicidad era una flor.

La cogió. 
Y nada más tenerla en su mano, 
la flor ya se había deshojado.

La felicidad era un rayo de sol.
Levantó sus ojos para calentar su cara 
y en seguida una nube lo apagó.

La felicidad era una guitarra.
La acarició con sus dedos, las cuerdas desafinaron.

Cuando al atardecer volvía a casa,
 el hombre seguía llorando.

A la mañana siguiente seguía 
buscando la felicidad.
A la vereda del camino había un niño
 que lloriqueaba.
Para tranquilizarlo cogió una flor y se la dio.
La fragancia de la flor perfumó a los dos.

Una pobre mujer temblaba de frío, 
cubierta con sus harapos.
La llevó hasta el sol y también se calentó.

Un grupo de niños cantaban.
Él les acompañó con su guitarra.
También él se deleitó con la melodía.

Al volver a casa de noche, 
el buen hombre sonreía de verdad.
Había encontrado la felicidad.

0 comentarios:

Publicar un comentario