Diez razones para no dejar
de escuchar a
de escuchar a
Bob Dylan
1. DESCARO.
A pesar de sus 71 años,
tiene la cara dura de los genios.
Solo así se le puede ocurrir poner su destartalada
voz en primerísimo plano en su nuevo álbum, «Tempest».
Sin embargo, ese es uno de los ganchos del álbum.
2. REFERENCIA.
Tal vez alguien que se esté aficionando al rock americano
aún no haya escuchado jamás a Dylan.
Si lo escucha, se dará cuenta de que todo «lo nuevo»
que escuche lleva impresa la influencia de Bob
en mayor o menor medida. Hay que detectarlo,
no siempre aparece a la primera.
Dos ejemplos: Wilco y The Jayhawks.
3. MESTER DE JUGLARÍA.
Que el cantor haya dedicado su vida a ir de bolo
en bolo por ahí, sin petardeos, cotilleos, ni faranduleos,
lo sitúan en un lugar único: el de los viejos
juglares de la legua y de la lengua.
Que no se calle el cantor. Es una tradición secular.
4. SABIDURÍA.
Leyendo sus «Crónicas», Dylan contaba
que no paraba de leer y de escuchar música.
Aunque exagere, además de la Biblia,
se empapó de literatura rusa, de los clásicos franceses,
de Nietzsche, de Rimbaud... y en cuanto a la música
no hay género del que no se haya empapado.
Y no solo folk, blues y similares.
No le hizo ascos a la música de cabaret
(Brecht, Weill) y hasta la música dodecafónica.
5. SORPRESA.
Hasta en sus discos malos siempre hay sorpresas.
Dylan no recibe órdenes. Hace lo que le viene en gana.
Lo mismo puede darle a los villancicos,
como si fuera Sinatra o Dean Martin,
que a la denuncia social (últimamente menos),
que puede ponerse bucólico y polvoriento
como en «Pat Garrett y Billy The Kind»,
película de Peckinpah para la que compuso la música
y se sirvió un papel. Bob se hacía llamar «Alias».
Y eso es lo que muchas veces puede parecer:
un alias de sí mismo.
6. TRADICIÓN.
Dylan cambió la historia del rock and roll
al electrificarse en 1965. No obstante, es prácticamente
imposible que nadie haya inducido tanta savia
nueva en la música popular como este hombre
para el que la tradición es la piedra angular de su trabajo.
7. GRAMOLA VIVA.
Su «Tempest» es un paso adelante en la idea
de que escuchar a Dylan es como poner en marcha
una gramola por la que puede aparecer toda la música norteamericana. Oírle en los últimos tiempos
es darse de bruces con todos los géneros,
incluso los anteriores al rock and roll:
swing, blues, jazz. Es un cursillo intensivo
de canción popular.
8. PREMIOS Y DISTINCIONES.
Salvo aquello de hace años con el Papa,
pocas veces verán ustedes al Juglar de Duluth
en ninguna celebración.
Pueden otorgarle cualquier distinción,
sugerir cualquier medalla o nombramiento.
Él sigue a lo suyo, bolo tras bolo.
Ni siquiera en los 60, se dejaba ver tanto
como los Beatles o los Stones.
Eso sí, dicen que les quitaba las chicas.
9. PAISAJE AMERICANO.
Escuchar a Bob es escuchar a América.
Todos los paisajes del país desfilan por su música:
soñadores, perdedores, ferrocarriles,
héroes anónimos, mujeres de tierras lluviosas,
boxeadores, ángeles y demonios,
fogatas, barcos a la deriva...
Quizá solo John Fordtenga con su cine
el poder de que sintamos lo americano
en nuestra alma como lo hace Dylan.
10.
CONTAR Y CANTAR.
En cincuenta años, pocos seres humanos
han podido
contar y cantar tantas
cosas como Bob Dylan.
Es un poeta con la lengua
bastante suelta.
Quizá para muchos, apenas solo sea alguien
que no calla
ni debajo del agua, un charlatán,
o un mercachifle que se ha jugado su
inmortalidad
creativa con el Diablo. Sin darle tantas vueltas,
es uno de
esos poetas y profetas
que han dibujado el alma,
corazón y vida del
hombre contemporáneo.
Aunque ahora vaya por ahí disfrazado
como un tahúr
del Lejano Oeste.
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